miércoles, noviembre 15, 2006

El niño vecino

Hace años que habito en el mismo lugar. Sito en medio de una ciudad de esas que hacen del anonimato y el individualismo los colores básicos de su identidad, una bandera. En una gran avenida, dentro de un edificio con ciento veinte viviendas, distribuidas en dos escaleras, diez plantas y seis pisos por planta. En una colmena en la que nadie sabe quien es quien, los saludos deben ser arrancados de las personas, absortas en su pasajera existencia. Éste es el lugar donde se suceden los extraños hechos que voy a contar. Y el protagonista es un niño vecino cuyo extraño comportamiento rebasa la explicación psicológica posible.

El niño vino con su madre y con su abuela hace años, procedentes de un pueblo que se encuentra en el interior de alguna despoblada provincia. Desde el primer momento en que lo vi, noté que su mirada y su expresión no eran propias de un niño, como si alguien habitara escondido dentro de él. Y si alguien se esconde seguro que no es por sentir abrigo.

Cuando vino a vivir a la puerta contigua a mi vivienda sólo era extraña su mirada, entre inteligente y macabra. Pero era muy pequeño, tendría unos cinco años, y sus comportamientos más ruines se reducían a algún mordisco o grito exagerado. Entonces empezó a crecer.

Un día iba paseando por la calle cuando de repente una piedra pasaba a escasos centímetros de mi cabeza, me volví y ahí estaba, desafiante, haciendo evolucionar su mirada hasta el punto de producir escalofríos. No le di importancia, aunque si comprobé que ahora que había crecido ya podía lanzar proyectiles en cualquier momento. Algún otro día lo ví subirse a sitios altos para después lanzarse y sentir el dolor sin quejarse, primero el capó de un coche, después un jardín alto, para terminar subido a un andamio y tirarse prácticamente de una primera planta. Todo esto con los aullidos pertinentes de sus perseguidoras, madre y abuela. Tampoco me parecía digno de mención porque al fin y al cabo era un niño, y los hay más y menos traviesos.

Otro día subía la madre en el ascensor, el niño lo hacía por la escalera y yo salía de casa.

Madre- Hola, que tal te va? Cuanto tiempo sin vernos.

Yo- Muy bien. Si, la verdad es que ahora paso poco tiempo por casa. Y el niño?

Madre- Sube siempre por las escaleras, espera que le doy un susto.

La madre se escondió, justo en la esquina que venía de la escalera y comunicaba con el pasillo distribuidor de las viviendas. El niño llegó, y la madre le dio un susto. Hasta aquí todo normal, porque no hemos hablado de la reacción del chaval. Me miró con ojos enfurecidos mientras no paraba de dar patadas a su madre, difícil de describir porque sus movimientos eléctricos y crueles no podían tener explicación alguna.

Al día siguiente la madre me llamó a casa y me pidió ayuda para colocar unas ventanas que le habían arreglado, estuve un rato hablando con ella hasta que apareció el protagonista de nuestra historia al fondo del pasillo. Me vio, sonrió y sin mediar palabra vino corriendo hacia mí. Yo separaba los brazos para recibirlo con afecto, él se acercaba con gran velocidad, llega, lo intento coger y zas!, sus manos se escabullen de las mías y me capa con ambas. El dolor era intenso, pero yo, sinceramente, no sé si sentía más incomodidad por el dolor o por el hecho de estar en casa de mi vecina con su hijo balanceándose colgado de mi aparato. Extraña situación.

Todas estas cosas pasaron cuando el niño tenía entre cinco y siete años, pero hace poco viví algo que desencadenó lo que ahora me preocupa. La escena se produce en el portal del edificio. Yo hablaba con el portero de cualquier tontería cuando aparece el niño con la señora que lo cuida, otro encanto de mujer que ronda los cincuenta años. La mujer hablaba desesperada:

Mujer- Como se va a poner tu madre cuando vea lo que traes!
Yo- Que pasa?
Mujer- Nada, mira lo que le da por escribir ahora.

Entonces fue el niño el que me tendió la mano con una pequeña libreta de tapa azul. En la libreta había escrito lo que parecía ser una historia por capítulos. La historia, que no puedo transcribir aquí porque no la recuerdo, trataba de asesinatos, macabras ejecuciones realizadas por un niño a su padre, a sus amigos y a sus hermanos. Con todo lujo de detalles y con faltas de or-

tografía que aun las hacían más inquietantes. Me quedé blanco, y miré apenado a la cuidadora que no entendía tanto horror, ella también era ejecutada en la libreta y guardada a trozos en un armario. Me dirigí al niño:

Yo- Vaya tela! Porque no escribes cosas más bonitas?, no ves que esto a la gente no le gusta, le pone triste.

Niño- No me gusta escribir de otra cosa. Me gusta esto.

Yo- Y no te da miedo?

Niño- No.

Dejé de hablar con él para no darle mayor importancia a sus textos, pensando que tal vez sea algo pasajero.

Mis conocimientos de psicología son muy reducidos pero el origen del comportamiento extraño de este niño puede ser variado. Videojuegos, Televisión, excesivo consentimiento, deseo de llamar la atención, algún otro juego que comparta con sus compañeros de escuela. Pero esto no explica todo, quizá tan sólo una pequeña parte, por lo que cualquier teoría se puede quedar coja sin conocer más profundamente al niño.

Pero para evitar cualquier tipo de duda, el destino ha querido que yo presencie algunas cosas que me cuesta contar. El niño, cada día desde hace al menos tres o cuatro semanas toca a mi puerta a las seis de la mañana, yo me asomo por la mirilla y lo veo con cara de sueño repetir las palabras: “Tengo todo el tiempo del mundo y tú ya no perteneces al mismo”, las repite una y otra vez, durante veinte minutos aproximadamente, y luego calla. Vuelvo a mirar y ya se ha ido.



Hasta hace cuatro días que abrí la puerta. Me lo encontré con los ojos en blanco y salió corriendo. Fui tras él, salimos del edificio y corrí hasta adentrarme en la huerta limítrofe con la ciudad. Atravesé campos de trigo, de caña de azúcar, de nogales, de yuca y té, praderas con ciervos e incluso un bosque. Nada de esto se encuentra donde yo lo hallé. Seguí corriendo hasta atraparlo y cuando lo tenía en mis brazos se escurrió y se transformó de repente en una piedra con forma cúbica que humeaba del frío. Volví a casa aterrado, atravesando huerta abandonada y urbanismo depredador, ya no había campos ni praderas. Al día siguiente por la tarde me lo encontré y rió.
Ahora me consta que la madre lo hace salir poco a la calle porque la cabeza le está creciendo y puedo asegurar que en cuatro días ha aumentado a una vez y media lo que era. Sigue apareciendo cada mañana a las seis, ahora con su sobredimensionada cabeza, no he vuelto a abrir. Pero le sigo escuchando, sin cesar: “Tengo todo el tiempo del mundo y tu no perteneces al mismo”.

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7 Comments:

Blogger BAR said...

ok, ahora estoy confundida...ese niño parece ser el hijo de Satanás...uno ómo el que salía en la película de la profecía...todo era tan creíble hasta que tu úñtimo parrafo me hizo darme cuenta que era un cuento...jejeje..ojalá nunca me encuentre un niño así, ni un adulto...que miedo...macabra tu historia, hubiera quedado bien para halloween!!!

Un Beso

8:25 p. m.  
Blogger El chicharrero terrible said...

Me encantado la historia, fluida, creible y cerrada.

Me quiere recordar esta historia a un niño que conocí antaño, pero este cunado te miraba, simplemente decía: ¡Ni!. ¡Ni lo sé!.

1:28 a. m.  
Blogger Almafuerte said...

bar: Ojalá fuera un cuento!

Chicharrero terrible: Aquel niño protagoniza otra historia, mas bella, pero no menos intrigante.

4:25 a. m.  
Blogger Eulalia said...

Hay niños desesperados que no saben decir palabras bellas ni les alimentan las que les dedican quienes les aman.
Y niñas. Son peores las niñas cuando nacen sin el mecanismo del amor en su sitio.
Un beso.

2:12 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Uff. Me lo pensaré dos veces la próxima vez que vaya a tu piso. No sea que me lo encuentre y el diablo pase de su cuerpo al mío y me posea para siempre a mi también.

6:18 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

me cago en el puto niño!!!!!
muy buena

4:55 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Muy inquietante, jeje...

Good

4:05 p. m.  

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